This is an authorized translation of an Eos article. Esta es una traducción al español autorizada de un artículo de Eos.
Para Nicole Gasparini, la constante presión de seguir trabajando se manifestó desde las etapas tempranas del posgrado. Pasar largas horas leyendo artículos, analizando datos y programando modelos se sentía como la norma en la academia. Simplemente existía la expectativa de que todos trabajaran en exceso. “Estaba tan estresada y nerviosa”, dijo. “Casi todos los días, sentía náuseas en el baño”.
Gasparini es geomorfóloga y profesora en la Universidad de Tulane en Nueva Orleans, e incluso ahora, dos décadas después de defender su tesis doctoral, le resulta difícil desprenderse de la mentalidad de trabajar en exceso. “Tengo un puesto permanente y aun así me exijo demasiado”, dijo.
La flexibilidad y libertad que algunos dicen que caracterizan a las actividades académicas a menudo vienen con un costo oculto: el trabajo excesivo. Muchos académicos sienten la presión de trabajar muchas más horas de las saludables o incluso necesarias para el éxito.
Ante datos que vinculan el trabajo excesivo con efectos adversos en la salud mental y física, algunos científicos están empezando a reconocer, y abordar, las repercusiones de hábitos laborales potencialmente perjudiciales. Y muchos intentan fomentar que sus estudiantes internalicen una vida laboral más segura y equilibrada, incluso si hacerlo va en contra de una mentalidad que está profundamente arraigada en la cultura de la educación superior.
El precio del trabajo excesivo
En una amplia variedad de profesiones, investigadores han demostrado una y otra vez los efectos perjudiciales de trabajar sustancialmente más allá de una semana estándar de 40 horas.
En primer lugar, el trabajo excesivo se ha vinculado con una disminución de la productividad: Un estudio, que se cita frecuentemente, sobre trabajadores de municiones británicos a principios del siglo XX mostró que cuando los empleados trabajaban más de 49 horas por semana, su producción por hora comenzaba a disminuir.
El trabajo excesivo afecta tanto a la salud mental como a la productividad: Se han relacionado jornadas laborales más extensas con tasas más altas de depresión y ansiedad. Sin embargo, al encuestar a estudiantes de posgrado en el Reino Unido, investigadores descubrieron que los académicos suelen ver el sufrimiento personal como una medalla de honor. Un estudiante informó: “Existe una creencia común… que debes sufrir por el bien de tu doctorado; si no estás ansioso o no sufres de síndrome del impostor, entonces no lo estás haciendo ‘correctamente’”.
Trabajar mucho más de 40 horas por semana también se ha vinculado con un aumento en la mortalidad. Un estudio realizado recientemente por la Organización Mundial de la Salud y la Organización Internacional del Trabajo reportó que una carga de trabajo mayor que el promedio, más de aproximadamente 55 horas por semana, resulta en niveles más altos de hormonas del estrés que a su vez detonan respuestas conductuales como el aumento del consumo de tabaco y alcohol, elecciones dietéticas poco saludables, disminución de los niveles de actividad física e impedimento del sueño. Los investigadores concluyeron que los incrementos correspondientes en la tasa de enfermedades cardíacas y eventos cerebrovasculares vinculados a esas respuestas conductuales causaron la muerte de más de 740,000 personas en 2016.
Pruebas recientes de jornadas laborales más cortas, alrededor de 6 horas en lugar de las típicas 8, han reportado un aumento en la satisfacción laboral, una reducción en el uso de permisos por enfermedad y una mayor productividad de los trabajadores.
A pesar de los datos preocupantes, y de mandatos como la Directiva de Tiempo de Trabajo de la Unión Europea, que prohíbe que las personas trabajen más de 48 horas por semana en promedio, el trabajo excesivo sigue proliferando. Se ha documentado en campos tan dispares como los servicios de salud, las finanzas y la enseñanza, pero no cuesta trabajo entender por qué también surge fácilmente en entornos académicos.
Una cultura de trabajo excesivo
A diferencia de muchos trabajadores que tienen horarios laborales establecidos, no se tiene la expectativa de que los investigadores en entornos académicos vayan a sus escritorios designados a una hora específica y se queden ahí por un número determinado de horas. Consecuentemente no hay un inicio ni un fin definidos en el día laboral de un académico, lo que significa que depende de cada individuo dictar su propio horario. Esa libertad podría ser fácilmente vista como un privilegio, y lo es, como investigadores como Gasparini reconocen sin problemas, pero esa libertad viene con una trampa: Los académicos se enfrentan a una constante avalancha de trabajo que parece capaz de acaparar todo el tiempo de un investigador.
Los académicos suelen asumir una amplia gama de compromisos relacionados con la investigación, la enseñanza y el servicio. La semana de un investigador podría incluir desde recopilar datos hasta escribir un artículo, enseñar, asesorar estudiantes, solicitar financiamiento para proyectos y participar en comités.
Una constante avalancha de responsabilidades demanda el tiempo y la atención de un científico, dijo Sera Markoff, una astrofísica teórica en la Universidad de Ámsterdam. “Se te pide que hagas más tareas de las que tienes horas para hacer”.
Markoff estima que dedica entre 50 y 60 horas cada semana a su trabajo. No es la única: un estudio de 2021 realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos encontró que casi el 80% de los investigadores científicos trabajaban más de 40 horas a la semana.
La pandemia de COVID-19 exacerbó el problema. Un estudio que involucró a más de 150 académicos encontró que las personas trabajaron en promedio 3 horas más cada semana en 2020 en comparación con 2019. El aumento en la carga de trabajo se debió principalmente a tener que adaptarse a la interacción remota con los estudiantes, concluyó el equipo.
A pesar de que las largas horas de trabajo pueden parecer algo normal para los científicos en el inicio de sus carreras ansiosos por demostrar que son dignos de un puesto permanente, los académicos en posiciones más altas no son inmunes al problema del trabajo excesivo. Si acaso, el avance en la carrera implica más demandas sobre el tiempo de uno, dijo Gasparini. De repente, hay comités para presidir, nuevos cursos que desarrollar y enseñar, y estudiantes de posgrado e investigadores postdoctorales para asesorar. Y los académicos sienten la presión de hacerlo todo, dijo, porque a menudo tienen la sensación latente de que podrían ser reemplazados. (Cada año se obtienen muchos más doctorados que superan el número de puestos académicos permanentes disponibles).
“A pesar de tener que estudiar hasta los 30 años y luego tener que hacer sabrá Dios cuántos posdoctorados, aún eres desechable”, dijo. “Eso te pone nervioso”.
La historia ofrece un poco de contexto sobre los hábitos laborales de los académicos. Markoff dijo que durante los siglos XVII y XVIII, cuando la Ilustración ayudó a definir el concepto moderno de academia en el Occidente, se esperaba que aquellos hombres que disfrutaban del ocio y que componían los círculos académicos hicieran sacrificios por su profesión.
“Esto era una vocación, un llamado”, continuó Markoff. Se esperaba que los académicos estuvieran dedicados a su trabajo porque la búsqueda del conocimiento se consideraba noble, dijo, y sin duda, vestigios de ese sentimiento persisten hoy en día.
Puedo entenderlo: cuando era estudiante de posgrado a mediados los 2000, pasé más sábados en mi escritorio de los que me gustaría admitir. Estaba en el campus no porque mi asesor me dijera que debía estar ahí, sino porque había interiorizado que eso era lo que tenía que hacer para ser una académica exitosa.Mi tendencia a trabajar excesivamente era autoimpuesta.
Por supuesto, el trabajo excesivo no permea todas las culturas laborales académicas.
Como una autodenominada “estadounidense adicta al trabajo”, Markoff dijo que recuerda haberse sorprendido cuando se mudó por primera vez a Europa porque su horario de trabajo contrastaba fuertemente con el de sus colegas. “Cuando me mudé allí desde Estados Unidos, yo era la única persona que trabajaba en la noche”, recordó Markoff.
Otros investigadores regularmente se iban de la oficina a las 4:00 p.m. y no trabajaban los fines de semana, dijo Markoff. Un científico cuyo trabajo ella especialmente admiraba mantenía un horario extremadamente estricto y nunca trabajaba más de 40 horas a la semana. “Realmente me sorprendió”, dijo.
Pronto Markoff se dio cuenta de que sus colegas europeos no eran menos productivos que sus homólogos estadounidenses, simplemente lograban hacer su trabajo en un período de tiempo más corto. Investigadores centrados en la cognición han demostrado repetidamente que los humanos podrían estar predispuestos a trabajar de manera más productiva en períodos relativamente cortos, entre 4 y 6 horas. (Las encuestas anónimas a menudo revelan que los trabajadores realizan aproximadamente 4 horas de trabajo productivo al día).
Incluso después de darse cuenta que el trabajo excesivo llega a ser contraproducente, Markoff admitió que todavía trabaja demasiado. “No puedo decir que no, y asumo demasiadas responsabilidades” dijo. Sin embargo, se mantiene firme en no esperar lo mismo de sus estudiantes de posgrado e investigadores postdoctorales. “Definitivamente no trato de imponer eso en mi grupo”, dijo. “Trato de ser muy consciente”.
Mientras tanto, muchos investigadores de carrera temprana consideran cuidadosamente las repercusiones negativas del trabajo excesivo a medida que avanzan en sus trayectorias profesionales. “Los científicos en los inicios de su carrera están muy preocupados”, dijo Gasparini. Los datos de encuestas confirman ese sentimiento: Una encuesta realizada recientemente por Nature a más de 3,000 estudiantes de posgrado reveló que la falta de equilibrio entre trabajo y vida personal era una de las principales razones por las cuales los encuestados no tenían intenciones de seguir una carrera en la academia. Un encuestado respondió simple y sencillamente: “No creo que quiera este tipo de vida”. Menos de la mitad de los estudiantes esperaban encontrar trabajo de tiempo completo en la academia, reveló la encuesta.
Luc Illien, un geofísico en el Centro Alemán GFZ de Investigación para las Ciencias Geofísicas en Potsdam, con el tiempo se dio cuenta de que las actividades que no estaban relacionadas con academia en realidad impulsaban su entusiasmo y productividad en el trabajo. Durante su programa de doctorado, Illien solía trabajar regularmente los fines de semana y llevaba consigo papers de investigación cuando viajaba. Su vida académica tenía prioridad sobre todo lo demás. “Estaba constantemente pensando en eso”, dijo.
La conmoción causada por la COVID-19 ayudó a Illien a darse cuenta de que estaba agotado por el ritmo constante de su trabajo. “La pandemia me ayudó a cambiar mi percepción”, dijo.
Illien comenzó a dedicar tiempo a intereses que no tenían nada que ver con su tesis doctoral, que se centraba en observaciones sísmicas de la zona crítica. Dedicar tiempo a hobbies como las artes marciales y la cinematografía era una forma de recargar energías y sentirse más preparado para hacer investigación. “Soy mucho más feliz, y me siento igual de productivo”, dijo Illien.
Illien no es una excepción: Numerosos estudios han demostrado que participar en actividades de recreación mejora el bienestar, y tener salidas significativas no relacionadas al trabajo también se ha relacionado con mejoras en atributos relacionados con la productividad, como el aumento de la creatividad. Hoy en día, Illien combina la investigación, la gestión de proyectos y la divulgación, y atribuye su experiencia en cinematografía a haberle ayudado a conseguir su puesto actual.
Es particularmente importante que las mujeres escuchen conversaciones como estas, dijo Markoff, porque las mujeres científicas pueden enfrentar presiones adicionales. “En promedio, se les suele pedir a las mujeres que hagan muchas más cosas”, dijo. “Cuando eres una de las pocas mujeres en cierto nivel, te piden demasiado que estés en todos estos comités”.
Las mujeres en las ciencias también suelen encontrar obstáculos para avanzar. Tienen menos probabilidades que los hombres de ser acreditadas como autoras en documentos científicos. Un informe de 2023 reveló que en el Instituto de Oceanografía Scripps, a las mujeres se les asignaba sistemáticamente menos espacio de laboratorio y oficina que a sus colegas masculinos.
Algunas mujeres optan por responder a la desigualdad trabajando más duro para compensar, dijo Markoff. “[Las mujeres] probablemente son más duras consigo mismas debido al temor de ser vistas como inferiores”, dijo.
Los investigadores de color también terminan asumiendo cargas desproporcionadas en la academia, y esos compromisos adicionales pueden llevar al exceso de trabajo. Según una encuesta de 2009 que incluyó a más de 25,000 académicos, los profesores asiáticos, negros, hispanos y nativos americanos dedicaron significativamente más tiempo a la semana asesorando a estudiantes que los profesores blancos. Este “trabajo invisible” a menudo queda en segundo plano cuando los investigadores son considerados para puestos como titulares, el equivalente a un ascenso en el trabajo académico. “No tienes un criterio para el tipo de servicio que estoy realizando “, dijo una profesora negra en una institución predominantemente blanca a los investigadores en un estudio sobre género y raza en la academia.
El cambio es inminente
Los investigadores de carrera temprana han comenzado a hablar sobre la cultura del trabajo excesivo en la academia. A finales de 2022, aproximadamente 36,000 estudiantes de posgrado que trabajan en los 10 campus del sistema de la Universidad de California se declararon en huelga.
“Estamos sobrecargados y mal pagados, y estamos hartos”, dijo Jamie Mondello, estudiante de posgrado y trabajadora en la Universidad de California, Los Ángeles, al periódico Los Angeles Times. La huelga, la más grande en la historia de la educación superior en Estados Unidos, duró más de 5 semanas y obtuvo subsidios para el cuidado de niños para los estudiantes de posgrado e incrementos de aproximadamente el 50% en el salario inicial, entre otros beneficios. (El tema de la carga de trabajo fue abordado en las negociaciones de la Universidad de California, pero se refería específicamente a las responsabilidades de enseñanza en lugar de las posiciones de investigación que ocupan muchos estudiantes de posgrado).
Corresponde a los investigadores cambiar la cultura de trabajo excesivo en la academia, dijo Gasparini, porque las universidades se benefician del trabajo adicional. “No hay razón para que una universidad aborde este problema”, dijo.
Los profesores en puestos más altos, muchos de los cuales tienen el privilegio de tener un puesto permanente, deberían poner ejemplo a sus estudiantes de posgrado e investigadores postdoctorales en lo que respecta a hábitos de trabajo saludables, dijo Gasparini. En los últimos años, ha hecho un esfuerzo consciente para reducir sus compromisos de servicio, como el trabajo en comités. “Digo ‘no’ con más frecuencia”, dijo. Admitió que decir “no” no siempre es posible y a veces el trabajo que realmente le apasiona, como asesorar a investigadores más jóvenes, queda en segundo plano. Pero reducir el trabajo es necesario para la salud personal, dijo Gasparini, quien en el pasado ha sufrido ataques de pánico relacionados con el trabajo. “No quiero tener un ataque cardíaco a los 55 años”, confesó.
Inspirada por otros investigadores, Gasparini está tomando medidas para asegurarse de que sus estudiantes de posgrado e investigadores postdoctorales estén al tanto del problema del exceso de trabajo y se sientan empoderados (y cómodos) evitando un horario de trabajo perjudicial. Para empezar, se abre con su grupo acerca de sus propias luchas. “Hablo con mis estudiantes sobre lo difícil que fue para mí durante posgrado y cómo me sentía mal todo el tiempo”, dijo. “No creo que haya ninguna razón para ocultar esas cosas”.
Gasparini mantiene un “acuerdo grupal” que comparte con sus estudiantes de posgrado e investigadores postdoctorales. El documento detalla las expectativas sobre el trabajo, entre otros temas, y señala que se espera que los investigadores se tomen un tiempo libre.
Este acuerdo es un documento vivo, explicó Gasparini, y tiene como objetivo transmitir a los investigadores más jóvenes que no tienen que sacrificar su salud mental o física para ser científicos exitosos. El acuerdo también es un intento implícito de proporcionar una mejor experiencia en la academia, dijo. “Estoy tratando de encontrar diferentes maneras de hacer las cosas que creo que son más solidarias”.
Markoff está haciendo esfuerzos similares para normalizar el autocuidado. Antes de la pandemia, llevaba a sus estudiantes de posgrado e investigadores postdoctorales a retiros grupales, y planea reanudar estas salidas de un día. Las reuniones, que ocurrían fuera del campus, a menudo se centraban en diálogos sobre desarrollo personal, metas profesionales, gestión del tiempo y salud mental. “Comencé a tratar de ser más abierta sobre los fracasos, los problemas, el estrés”, dijo Markoff.
No es ningún secreto que algunos investigadores están decidiendo abandonar la academia. Esta deserción ocurre por diversas razones: altas tasas de agotamiento, baja satisfacción laboral y oportunidades más lucrativas en la industria o el sector privado, entre otras. Pero muy frecuentemente, los académicos sufren en silencio. “Mucha gente está abandonando la academia”, dijo Markoff. “Tiene que haber una discusión sobre el porqué”.
Y aunque reconocer el problema del trabajo excesivo en la academia es un importante primer paso, también es necesario seguir con acciones concretas. Markoff, por ejemplo, tiene la esperanza de que se avecinan cambios en la academia y cree que la generación más joven liderará el camino. Los investigadores de carrera temprana están viendo de primera mano el impacto de hábitos de trabajo insostenibles en la salud física y mental de sus supervisores, y no es una existencia que deseen emular.
Muchos de los actuales estudiantes de posgrado se consideran parte de la Generación Z, la cohorte de personas nacidas aproximadamente entre mediados de la década de 1990 y 2010, y ese grupo no titubea en exigir cambios, según Markoff. “La Generación Z no tolera tonterías. Están desafiando realmente estas cosas”.
—Katherine Kornei (@KatherineKornei), Escritora de ciencia
This translation by Isabella Michelle Sulvarán Aguilar (@geoissy) was made possible by a partnership with Planeteando and GeoLatinas. Esta traducción fue posible gracias a una asociación con Planeteando y GeoLatinas.